Javier Velázquez Cabrero (Madrid, 1990),
artista visual y bailarín licenciado en Bellas Artes a través de la Universidad Complutense de Madrid, estudiando parte de la carrera en Alemania, en la ABK de Stuttgart con el profesor Christian Jankowski. En Ciudad de México terminó sus estudios en Soma y en este momento realiza una Maestría de Cine Documental en la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (ENAC – Antiguo CUEC) de la UNAM.

Su trabajo se ha visto en muestras colectivas y festivales como Rencontres Internationales Paris/Berlin 2020, Zona Maco Patio 2021, For Once y Season 3 en The Centre for the Less Good Idea (Johannesburgo), Mostra Espanha en la Bienal de Coimbra (Portugal); el Festival Verbo 2018 & 2019 de la Galeria Vermelho (Sao Paulo) o en muestras individuales como La comunión de tics, gestos y ademanes en MartaMoriarty (Madrid), The Silver Lake en Casa Maauad (Mexico), Zona Maco Nuevas Propuestas (dúo) (México);  o Ningún Gesto es Huérfano en el CCEMX (México) con un programa de video y de performances.

En 2018/2019 realiza numerosas residencias en Sudáfrica, específicamente en Nirox Foundation, Johannesburgo; recibiendo diferentes apoyos como las Ayudas a la producción en Artes Visuales de la C. de Madrid, las Ayudas INJUVE para creación artística, las Becas de residencia en el extranjero para artistas y curadores de la CAM, las Ayudas a la Movilidad PICE (AC/C) y una comisión de The Centre for the Less Good Idea, Johannesburgo.



La piel del mundo

Los artistas errantes abandonan las geografías conocidas para ir al encuentro con aquello otro que aparece como territorio fascinante repleto de preguntas y laberintos. En ese dejar atrás la tierra propia, el cuerpo se transforma en la morada más inmediata y querida. El cuerpo entonces es hogar y memoria, vehículo y archivo.

En sus tránsitos, el artista viajero va recolectando saberes, experiencias y recuerdos de su caminar por el mundo, que hacen de lo corporal un espacio tensado por opuestos que abonan al espesor de la vivencia. El que viaja se vuelve denso, sobre su piel se acumulan recuerdos de contactos con otros cuerpos, con otros paisajes. A la piel propia se superpone la piel del mundo.

A Javier Velázquez Cabrero primero lo tocó el mundo a través de danzas cuyo origen está en barrios marginales de Nueva York o Los Ángeles. Ellos dejaron una marca indeleble en su cuerpo, códigos que emergen en forma de gestos, de cambios de dinámica en el movimiento, de acentos corporales que dotan de intensidad un instante y que más tarde aparecerán constantemente en su obra como parte de su lenguaje de movimiento y en la decisión de usar pantalones de mezclilla en cada pieza, un signo de las danzas urbanas que se traslada a la escena.

Todo ello conforma una suerte de identidad personal que se ve enriquecida y complejizada por nuevos movimientos y gestos recolectados en su transitar, con los cuales ha conformado un catálogo que se desdobla tanto en un cuerpo en movimiento como en dibujos. Estamos ante una propuesta expositiva que evidencia las complejas ramificaciones que caracterizan el trabajo de Javier y que aquí se presentan como documentación en video, dibujos y performances en vivo en los cuales se hace patente, ante la mirada del espectador, cómo es que un archivo corporal adquiere actualidad y vigencia en la medida en que un otro participa de la experiencia.

El diálogo es lo que caracteriza el trabajo de Javier, en donde vemos la urgencia por construir un método, un catálogo de reglas para hacer posible estos encuentros con los cuerpos de los otros. Esta necesidad parece surgir de ese archivo personal que requiere ser ordenado para que pueda resultar en esa poética tan particular que conmueve por su sutileza. Así son las piezas que se nos presentan: por un lado la libertad de un cuerpo para responder al instante, para habitar el presente y, por otra parte, el rigor de una partitura.

Sorprende la audacia de Javier al conjuntar en su práctica métodos tan lejanos al performance como “el método” de Lee Strasberg, pero sin duda esta estrategia le permite construir un soporte que da sustento a cada gesto o acción.

Al ver los videos Pedi y About the end, aparece la pregunta: ¿qué hay detrás de esos movimientos que intentan repetir de manera idéntica dos performers y que sin embargo no son lo mismo? Existe una dimensión emocional y simbólica diferente que altera el cuerpo, de manera que lo que en un cuerpo es apenas el roce de una mano sobre el torso, en otro es un abismo que se abre, una señal que marca que en ese cuerpo habita una historia triste, como son casi todas las historias humanas. Al final, la manera de construir cada pieza revela que estamos condicionados por el presente y por las historias pasadas que nos dan un punto de referencia en el mundo.

Javier pone “el método” de cabeza; ya no se trata de imaginar situaciones posibles como lo haría un actor, sino de poner el cuerpo en la situación misma para tratar de evidenciar cómo opera la memoria personal y social cuando un cuerpo está en movimiento, o al revés, porque nos movemos es que es posible hacer tangible lo que se imagina.

En sus estadías en Sudáfrica, los métodos y reglas de Javier se problematizan, sin enunciar la dimensión política que de manera explícita ésta aparece, el otro es un cuerpo cruzado por historias de colonialismo. El cuerpo del otro se rebela y se presenta indócil. ¿Qué hacer con ello? Documentar el encuentro y sus tensiones. Todo el que deambula por el mundo sabe y reconoce que en ése transitar, las ideas y creencias propias entran en crisis y se transforman.

En los videos que conforman esta exposición hay algo que no es tan obvio, la existencia de un espacio simbólico que se teje por fuera del campo de visión, un fuera de campo en donde se cruzan otros espacios, tiempos y referencias: la respiración agitada de Javier en The Loop que intenta alcanzar a quien marca una fuga; las formas de mirar de Xolisile Bongwana, Teresa Phuti o Mele Bromes, que miran con nostalgia o desa antes un otro tiempo, un otro lugar inalcanzable. Aquí el espacio de la pantalla está plagado de tensiones, hay que observar ese espacio vacío entre el cuerpo en movimiento y una mirada que se pierde en la lejanía porque ahí está una historia que importa porque re ere a una profunda experiencia humana: la angustia de lo inacabado, de lo que nunca llegaremos a ser. Bailamos para ser y al hacerlo se reconoce una imposibilidad.

 
Las estrategias de cada cuerpo para acceder a ese archivo personal que da profundidad a los gestos son varias; unos cierran los ojos para lograr la conexión con la memoria, otros los mantienen muy abiertos en una suerte de desafío. Dos formas en que las historias sociales que cruzan los cuerpos se vinculan con la historia en mayúsculas: como un acto subjetivo o como la imperiosa necesidad de no olvidar y resistir.

Ver estos videos crea un círculo: vemos cuerpos que miran, nos miran y crean espacios que están más allá de la escena o de la pantalla y nos indican que las historias humanas más lejanas geográ camente, están emocional y existencialmente cerca de nosotros. Por su parte, esta necesidad de recon gurar el lenguaje del cuerpo, queda patente en los performances en vivo de Javier. Ellos sintetizan una serie de apropiaciones culturales para pensar la identidad colectiva y la identidad personal y cómo es que éstas se conforman en un mundo en donde lo otro es ya un espacio contiguo.

Javier hace de sus consignas y la mezcla de métodos la vía para construir un campo en donde la individualidad del performer aflora, se expresa y puede comunicar su singularidad. En sus piezas no hay movimientos grandilocuentes y sí mucha humanidad. Aquí lo humano susurra y se mueve.

Hayde Lachino


Texto para la exposición y programa de performances Ningún Gesto es Huérfano, en el CCEMX durante el 2019.



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